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Capítulo 2
Años atrás, Rita estaba sentada en esa misma silla plástica aún reluciente, imaginándose capitana de un buque a punto de cruzar el Atlántico; años atrás veía, claramente, entrar por la puerta a su padre, impecable, pulcro, acompañado del aroma a sal de la brisa marina, pero mezclado con perfume de maderas y tabaco oscuro, aunque su padre nunca fumaba en casa.
La sombra que proyectaba ese señor a quien abrazaba y besaba cada mes no era grotesca, sus botas siempre estaban limpias, sus brazos eran proporcionados y sus ojos eran siempre claros, llenos de respuestas, de paciencia, de amor... Su llegada solía interrumpir el mágico mundo que se creaba Rita para surcar el océano, pero después de un beso en la frente y un abrazo estrujador el padre comentaba:
-- Se avecina una tormenta mi capitana ¿está lista para más olas gigantes?
-- ¡Las olas gigantes me hacen los mandados marinero! -- gritaba ella entusiasmada por lo que aquella advertencia significaba: su padre comenzaría a lanzar almohadas, cojines y salpicones de agua contra la silla plástica desde donde Rita controlaba su buque.
Pero esa noche la tormenta era real, desde su silla plástica recibiría los embates de objetos menos sutiles que una almohada, menos dolorosos que sus últimos años, pero dolorosos al fin... Aún así, ella permanecía en su lugar, como apropiándose de nuevo de su personaje imaginario, de ése a quien las olas gigantes le hacían los mandados, ése de quien estaba orgulloso su padre.
Aquél bulto con extremidades hurgó dentro de su morral por unos momentos, al tiempo que hurgaba también en su mente para elegir las preguntas más útiles, las más rápidas, las palabras más amenazantes, aquellas que consideraba claves para obtener la información que tanto le urgía.