Se acaba un año lleno de acontecimientos: cambié a otra década en mi cuenta personal como tripulante de este planeta, pasé cuatro meses en una especie de aislamiento voluntario que me hizo muy bien, acudí a algunas reuniones twitteras, me enamoré más de lo que ya estaba, me incorporé a una nueva y fabulosa familia (sin abandonar la original que es genial), vi traicionada la confianza de los ciudadanos veracruzanos en unas elecciones manipuladas por el partido político en el poder, conocí muchas caras más del amor, volví a Cuba a trabajar, aprendí mucho de un Ángel, se inundó mi casa (gracias Karl ¬¬), recibí apoyo de mi familia y amigos, fui voluntario por un día en un refugio temporal, vi trabajar mis impuestos en “apoyos” para damnificados (y para gandallas no damnificados también), fui testigo de que en México la “autoridad” oficial y el crimen son uno mismo, cumplí varias metas e inicié el cumplimiento de otras, estuve en momentos difíciles para mis mejores amigos, me comprometí... ¡Qué año!
Debo decir que me gustó el 2010, porque cada una de las experiencias, agradables y desagradables, me han permitido aprender y saborear todos los sentimientos que somos capaces de percibir los seres humanos. Considero que lo principal es que este cambio de década ha traído para mí la convicción de que las cosas suceden cuando me decido, así es que, en contraste con la Navidad sin dirección del año pasado, esta temporada estuvo llena de orientación y rumbos bien programados con vuelos bien aterrizados.
Se aproximan otros trescientos sesenta y cinco días, me adentro en ellos con ansias de seguir decidiendo y forjando lo iniciado. Gracias Peque, porque esta inspiración encuentra su chispa en ti y hoy arde y resplandece mejor que nunca, como el sol que nos acompañó en los atardeceres de diciembre.
Dos mil once... ¡Ahí te voy!