La pobre víctima sufrió un imperceptible cambio instantáneo e inició un proceso evolutivo sin final determinado. Se cuestiona, se aturde a sí misma con espejismos de felicidades anheladas, con visiones construidas por un alma contaminada de sustancias, esencias que le provocan una insoportable sed de algo desconocido.
La víctima está desorientada, se sorprende entrando en una realidad futura cuya puerta única es el espejismo, camina sin descanso, se desgasta entre conversaciones virtuales, luego las interrumpe como una autoreceta en búsqueda de cura, pero las sustancias siguen ahí, las letras siguen llegando a sus pupilas y a sus neuronas por todos los medios y sentidos. La víctima sigue caminando, o mejor dicho, volando hacia el espejismo sin saberlo. De repente está en la puerta y descubre que un ancla le impide seguir flotando hacia su destino recién descubierto.
Se encuentra ahí, en ese preciso instante y espacio ingrávido en el que su tobillo es un eslabón más de la cadena que le ata al ancla y le hace parte de ella, estática... El espejismo le sigue llamando, la realidad detrás de dicha fantasía se le antoja como un remedio a su desesperada sed, pero le asusta como el agua a los gatos.
Al fin vuela, se desprende del ancla y siente el vértigo y la felicidad momentánea que produce cualquier travesura. De pronto se percata de que es una víctima cuyo padecimiento es contagioso... Pero ya es tarde, el extraño personaje observa satisfecho, pero inmutable, el producto de su trabajo, admira la propagación de las sustancias que puso en marcha noches atrás, se complace con el trabajo que ahora su víctima hace por él: dos contagios más, una de las afectadas sonríe, la otra llora... No hay culpables que perseguir, sólo un extraño personaje de quien no se sabe nada, excepto que cuando se presenta, las cosas nunca vuelven a ser igual, para bien y para mal.
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