Era difícil para Rita mantenerse aferrada a su silla plástica mientras su visitante, con un molesto estruendo, acercaba un banco oxidado a su lado provocando una confusión entre los sonidos metálicos del asiento siendo arrastrado por la desgastada loza y los truenos que acompañaban a la tormenta.
El primer instrumento con el que el victimario pretendía extraerle información a Rita estaba desgastado, plano y amarillento; fue colocado con un golpe seco sobre la mesa. La segunda herramienta era de madera y estaba toscamente afilada dejando al descubierto una larga y gruesa punta de grafito; el visitante jaló bruscamente el brazo de Rita y la obligó a sostener el lápiz en su mano izquierda, él sabía que ella era zurda.
Maquinalmente, Rita comenzó a dibujar sobre el papel mortecino al tiempo que temblaba y dejaba escurrir sus lágrimas, en un completo y absorto silencio. Dibujaba un buque en una esquina de la hoja, con una habilidad que no podía esperarse de un personaje en esas condiciones. En un segmento siguiente del lienzo prefabricado, dibujaba un timón, al siguiente una escalinata, continuando con varias escenas que, sin duda, eran partes de una gran embarcación ilustradas como si de una historieta se tratara.
Mientras dibujaba, las lágrimas se le secaban sobre las mejillas y entre las comisuras de los labios se hubiera podido observar un conato de sonrisa. Su mirada se volvía a perder en el horizonte del papel y sus piernas se relajaban cruzadas encima de su silla plástica. Sus recuerdos la llevaban al día en que su padre le invitó a hacer un recorrido por dentro del buque que comandaba y esas reminiscencias se materializaban en grafito y papel.
¿Qué esperaba encontrar el visitante en esos dibujos casi místicos?
Mientras tanto, la tormenta no amainaba y comenzaba a filtrarse hacia dentro de las casas.
Continuará... (Esperando que no tarde tanto)