Esta es una de esas entradas de catarsis, así que me disculpo por anticipado por el poco cuidado que pondré en la redacción y en los detalles...
Llevo toda mi vida escuchando y presenciando cómo las autoridades en México usan los cargos públicos para beneficio personal, los desempeñan dejando mucho qué desear, en el mejor de los casos por "practicidad", en el punto intermedio por ineptitud y en el peor de los casos por egoísmo que se traduce en descarada corrupción.
Año con año la situación se ha agudizado: gobernantes, legisladores y funcionarios públicos en general de todas las fracciones políticas son constantemente exhibidos en actos de ineptitud y corrupción de gran magnitud sin consecuencias, cuando raramente las hay, medianamente proporcionales al daño que ocasionan. En los últimos meses, la tendencia ha sido la represión en una gran variedad de situaciones y modalidades: balas de goma asesinas disparadas por policías, periodistas desaparecidos o encarcelados injustamente, ejecuciones ilegales por parte de elementos del ejército, desapariciones de jóvenes a manos de la policía y de gobiernos vinculados con el crimen organizado...
Enterarme de esos gigantescos crímenes que no solo quedan impunes sino que parecen ser premiados entre la clase política me deprime, me harta, hace que se me revuelvan las tripas a la menor provocación, como hoy:
Venía conduciendo con mi familia e hicimos alto ante la luz roja del semáforo que está frente al Ilustre Instituto Veracruzano (Boca del Río, Veracruz), un automóvil particular Tsuru color gris nos rebasó por la derecha y estuvo a punto de provocar un accidente al intentar pasarse la luz roja sino es porque el conductor que venía en la calle con la luz verde sonó su claxon varias veces logrando que el imprudente se detuviera... En cuanto el auto que llevaba la luz verde pasó, el Tsuru continuó con su imprudencia pasándose el alto para detenerse unos metros adelante... En las oficinas de Tránsito, bajando de dicho automóvil particular dos agentes de Tránsito uniformados...
Fue un impulso, no me pude aguantar las ganas de bajar la ventanilla, orillarme, pasar despacio y gritarles ¡pongan el ejemplo! ante la expresión atónita de mi familia. Sé que no fue la gran cosa, que como está la situación desde una perspectiva individualista de seguridad, estuvo mal, tan mal como está el que escriba esto y lo publique; pero es que no puedo evitar reaccionar ante la idea de que si seguimos callándonos ante esos "pequeños" actos de ineptitud o corrupción, seguiremos padeciendo esta aparente competencia por ver cuál funcionario es el más tonto, represor, manipulador de la ley o abusador del poder.
Lo peor es que sé que me quedé a medias, que debí detenerme, pedir los nombres de los agentes de Tránsito, tomar las placas del auto y denunciar la situación. Pero en ese momento pasan por la mente la hora para llegar temprano a la escuela y al trabajo y sí, el temor a ser víctima de la represión que distingue a nuestras autoridades.
Es por esto que en México le tenemos más miedo a la policía que a los rateros, aborrecemos más a los políticos que a los presos en las cárceles (en donde por cierto casi no hay políticos), es por esto que en nuestro país, las autoridades no tienen autoridad.