8 de junio de 2009

¿Epidemia? 3

Antes de esto, deberías leer: [¿Epidemia? 1] [Epidemia 2]
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Roberto colocó un ramo de flores violetas sobre una lápida que, aún después de dos años, le erizaba la piel y le exprimía lágrimas a sus ojos. Su vida había dado un vuelco violento en una edad difícil, la realidad le había aplastado contundentemente, arrollando todas las ideas que había conseguido organizar en su disciplinada mente a lo largo de sus escasos años de estudio.

Aquél mayo de 2009 dejaría marcas en la vida de muchas personas y Ro no fue la excepción. Un virus bautizado como influenza porcina en un primer momento y como influenza humana después para hacerlo más políticamente correcto, se convirtió en el villano de una historia saturada de coincidencias, conspiraciones y conveniencias.

Desde la mañana en que Ro se había quedado con las ganas de escuchar la palabra "Sí" de los labios de Diana, las cosas no volvieron a la normalidad. En un principio él se acomodó en un estado casi vacacional, aprovecharía el tiempo libre en cosas que le agradaban más que la mayoría de las clases en su escuela y buscaría la forma de encontrarse con Diana a pesar de la contingencia sanitaria.

A dos años de aquél escenario, Roberto sólo podía sentir frustración, enojo y decepción hacia todo lo que tuviera qué ver con la democracia en su país y en el mundo entero. Ya no era un adolescente soñador, se había convertido en un joven incrédulo, sin esperanza y sin razones para sentirse o actuar como ciudadano. A final de cuentas había sido ese sistema y sus corruptos actores quienes le habían arrebatado gran parte de lo que amaba y lo habían convertido una estadística fría y conveniente.

Durante el tiempo que duró la contingencia, Diana se conservó incrédula ante la dichosa epidemia. El asunto se acentuó cuando su padre perdió el trabajo – ¡Qué maldita coincidencia ¿no?! – Le decía a todos, también a Roberto quien le insistía que no dejara de cuidarse. Ella nunca se cuidó, retó a lo que para ella era una conspiración con la que pretendían distraer la atención de los motivos que les habían llevado a esa crisis financiera y económica que en ese momento dejaba a su familia sin sustento.

Diana salió de su casa, sin cubrebocas, sin guantes, sin gel para desinfectar las manos. Se burló de los comerciales “mochos” que el Partido Acción Nacional aprovechó a lanzar: “Podemos demostrarnos afecto sin tocarnos” –¡Qué ridículos! – La tarde después de la noticia que llevó su papá a casa, ella salió corriendo, caminó sin parar hasta sentarse en un parque a kilómetros de su casa, saludó de mano a las personas que pedían limosna y después de varias horas de buscar un puesto de tacos sin éxito (los cerraron las autoridades ante la contingencia), regresó a su casa y cenó unas quesadillas sin lavarse las manos.

Lo presumió en su blog, se lo contó a Roberto y él se molestó mucho ante ese acto de irresponsabilidad. Pasaron algunos días, las cosas comenzaban a regresar a la normalidad, excepto que, al regresar a la escuela, Diana no respondió a la pregunta que le hiciera Ro días antes, lo evitaba en la medida de lo posible. Un día después, Diana dejó de asistir a la escuela, él no pudo volver a comunicarse con ella, mucho menos después de que los padres de él murieran de forma colateral en un ajuste de cuentas entre narcotraficantes, tanto papá como mamá llevaban sus cubrebocas puestos.

Los meses siguientes fueron sólo dolor, confusión y resentimiento. Se enteró de que la familia de Diana había sido víctima del virus AH1N1 y que una de las personas contagiadas había muerto. No se atrevió a preguntar quién, ya tenía suficientes pérdidas que resistir y dejar esa incógnita era un recurso para permanecer vivo, aunque – ¿vivo para qué? – se preguntaba.

Roberto pudo concluir sus estudios de bachillerato e iniciar los universitarios gracias a la previsión de sus padres. Tuvo que vivir algunas carencias, pero no las padeció en realidad, la única carencia que le dolía era la de su familia. Ya no estudiaba con el mismo coraje, cambió su decisión vocacional y olvidó las Ciencias Políticas, todo eso le daba asco. Se preparaba para ser ingeniero en electrónica y planeaba vivir en automático el resto de su vida, como un ciudadano conforme más, sin hacer ruido, sin emitir opiniones (ni votos), pagando impuestos para mantener a un montón de parásitos que nunca cumplen sus promesas de servir al pueblo y protegerle... – Pero un día estallará mi paciencia – pensaba mientras apretaba los puños frente a una tumba.

Entonces alzó la vista, alguien caminaba hacia él con lágrimas en los ojos, dos años después, Diana lo había buscado y por fin le había encontrado. Se abrazaron un largo rato y, después de un silencio incómodo rieron y comenzaron a hacerse muchas preguntas. Interrumpieron las respuestas para despedirse de los padres de Roberto, caminaron varios metros y se detuvieron en silencio en la tumba de la mamá de Diana, quien murió bajo el diagnóstico de gripe AH1N1, al parecer la diabetes no le permitió recuperarse de la enfermedad. Diana se culpó durante mucho tiempo, pensaba que ella había llevado el virus a su casa (según los médicos eso era posible), tuvieron que pasar muchos meses antes de que su estado de ánimo le permitiera continuar con su vida.

– ¿Sabes qué? – Preguntó ella mientras se sentaban en un café a unas cuadras del cementerio – Vas a pensar que me volví loca, pero sigo pensando que ese virus AH1N1 no ocasionó (ni hubiera podido ocasionar) ninguna epidemia.

– La verdad sí, pienso que enloqueciste pero ¿qué más da? – cuestionó Roberto.

– Entiendo cómo te sientes, a mí también ya me da igual.

Fin
(Aunque falta el epílogo)