En esos espacios nocturnos, esporádicos como las visitas al cine, me descubro en medio de un crucero con su sinfín de caminos posibles e imposibles, una gama de opciones tentadoras que me llaman todas al unísono, me ofrecen sus mejores viandas, sus más finos placeres y sus más altos objetivos, sus armonías hiper-hipnóticas y sus cielos diáfanos con estrellas formadas caprichosamente como para entretener a la humanidad entera.
Y son tantas y tan tontas las tentadoras opciones que como tentáculos me inmovilizan tanteando cada una de mis tentaciones escritas con el tintero que una vez intenté tontamente ignorar.
Ninguna opción se realiza, ninguna mueve mi voluntad ni para destruirme ni para seguirme construyendo; ni para sanarme, ni para asesinarme de una vez por todas. Me quedo a medias de todo, escribiendo estas líneas necias sin un destinatario más evidente que el que veo en el espejo cada mañana, envejeciendo sin sentido y me reconozco pero no me acepto como uno más de los tantos que miran su reflejo y se reconocen pero no se aceptan.
Y queman tan quedo que cada manta queda intacta de quemaduras, queman tantas y son tan tontas tentaciones, que maduras... Y quedo en un silencio quedo.
Hay noches que sueño sin dormir, me embriago sin beber, vuelo sin fumar aunque esto último sea irrelevante porque siempre vuelo sin fumar... Hay noches que emprendo la salvación de mi mundo, y me convierto en héroe de armario, noches en que me convenzo de que tarde o temprano terminaré lo que pensé, aunque nunca lo haya empezado, noches que devastan mi ruina monótona y ácida y me transportan al encanto melancólico de mi prosperidad rutinaria y abrasiva.
Y te recuerdo... Contigo estoy tan cuerdo, que ni me acuerdo de las cuerdas que me sujetan a mis acuerdos... Y tú me quitas la cordura para estar en desacuerdo con los cuerdos.
Hay noches sumergibles y noches como ésta en las que me sumerjo sin tanque de oxígeno y me encuentro conmigo pero no tengo nada que decirme, o me digo sin poder escucharme, o me escucho sin ser capaz de responderme. Hay noches que parecen infinitas como para devorarse todos los mundos virtuales en el transcurso de su eternidad y fugaces como para siquiera comenzar a mirarles de reojo.
Esta oscuridad es tan luminosa que pone todo en claro: La Coca-Cola del cine tiene efectos secundarios.