Entre ayer y hoy viví en carne propia uno de ésos fenómenos sincronísticos (dice mi amiga cara-de-oxiuro que fueron estudiados por Carl Jung) que dejan pensando.
El sábado reciente, pasaron en televisión abierta (México) la película "Nuestra Pandilla" (The Sandlot), una de mis favoritas del estilo, junto con "Cuenta conmigo" (The body). Durante toda la transmisión (a pesar de los alucinantes comerciales de "Primer Nivel") estuve recordando a mi amigo Germán, a quien conocí en segundo de primaria por haber llegado como niño nuevo a mi salón y por vivir a una cuadra de casa de mi abuela, cuando yo vivía con ella.
Él siempre rayaba en la hiperactividad, me invitaba constantemente a su casa para jugar béisbol en la cochera y romper una o dos ventanas (tal como yo temía que sucedería) antes de que su mamá le arrebatara el bate o el vecino se quedara con la pelota y fuera a acusarnos. Me invitaba al rancho de su abuelo, para lo cual había que "acampar" en su casa y desvelarse como se desvelan los niños de siete años, luego, vivir el suplicio de ser arrancados a las cuatro de la madrugada de la cama para emprender el viaje a un día lleno de aventuras, bichos, animales, pasto y lodo... ¡GENIAL!
Cada vez que veo "Nuestra Pandilla", sé muy bien que Germán fue para mí como Rodríguez para Scott, el amigo sin el cual me hubiera convertido en 100% ñoño, supongo que logré erradicar hasta un 60 ó 70% de ñoñez gracias a muchos amigos como Germán, pero él fue el primero que encontré.
Los años pasarían, llegaría la adolescencia y poco a poco nuestros caminos se irían separando, él dirigiendo su propia autodestrucción y yo tratando de construir algo que hasta ahora sigue viéndose un poco deforme, pero estable. Supe de muchos intentos suyos por "reformarse" y hasta hace poco me dio la impresión de que, ya fuera del país, está mejor y viviendo lejos de ese instinto autodestructivo.
Resulta que al siguiente día, casi por accidente, "abrí" una galleta de la suerte virtual (de ésas tonterías que uno hace en Facebook) que decía:
- "Nada se pierde para siempre. Lo que piensas que has perdido lo encontrarás en otro lugar".
A lo que se me ocurrió comentar:
- "¡Tómala! ¿Esta galleta habrá sido sólo para mí?" porque alguien por ahí (fuera de este tema) suele ser extremista en el "todo o nada".
Horas después, Germán, casi de la nada y después de mucho tiempo de incomunicación, comentó respecto a mi galleta:
- "Espero que sí sólo para ti, pues yo no quiero encontrar eso que perdí, nunca más. desolé". Para mí ha sido una forma de decir "ahora estoy bien".
Después entablamos una pequeña conversación medio nostálgica de aquella infancia que ahora se ve tan lejana... Con tantos años que han pasado, veo que al final, la galleta tenía razón: "nada se pierde para siempre", al menos no lo que es importante.