7 de diciembre de 2008
Rita en la silla plástica (5)
La destreza de Rita para trazar sus dibujos era casi mágica. parecía mirar hacia un punto infinitamente más lejano que el de el papel mismo donde aparecían líneas, sombras, escenarios del interior de un gran navío que se recreaban gracias al frenético vaivén del lápiz en manos de ella.
El invasor se abandonó al recorrido visual que le ofrecían aquellas viñetas fugaces, se internó en aquél laberinto flotante, se olvidó de la tormenta y los ruidosos truenos fueron transformados en simples ronroneos en medio de la ensoñación que se dibujaba al carbón ante sus ojos y le prometía el encuentro de aquél tesoro oculto y hundido junto con el buque de su difunto capitán, del padre de Rita.
Aquella mole intrusiva ya tenía un plan: una vez que Rita concluyera su obsesiva labor, él le arrebataría la historieta para usarla como mapa dentro del buque. Esto le resultaba necesario ya que el navío era de dimensiones extraordinarias y las posibilidades de hallar aquél misterio tan valioso sin un mapa, debajo del agua, en aquél laberinto y con un equipo de exploración submarina tan limitado como el que había podido robarse, eran de risa.
Rita seguía dibujando como encantada por un hechizo. Siempre le había gustado dibujar durante días para mostrarle a su padre las experiencias que había vivido durante su ausencia. De esta manera le contaba sobre la escuela, el vecindario, el parque, el mercado y muchos otros lugares que visitaba con su mamá o con sus pocos amigos. Esa habilidad se convirtió para Rita en un ancla con su pasado, un portal hacia tiempos más felices, cuando su padre aún llegaba a disfrutar de sus dibujos.