No quedó más remedio que aceptar que mi descuido trajo sus consecuencias. Aquél ocho de diciembre se me iría de las manos, caería como en un abismo del que no se sale sin daño. Lo intenté todo pero ya era tarde, ella no volvió a ser la misma y yo me sentí desfallecer al vislumbrar el panorama que se abría ante mis ojos: No se sabe lo que se tiene hasta privarse de ello.
Esa noche no fue sencillo dormir, pensé en miles de formas de reparar el daño, la desesperación me llevó incluso a la búsqueda de otras posibilidades que me ayudaran a renunciar por completo a ella, pero fue inútil, tuve que aceptar que me encontraba ante una tragedia elaborada por mí, iniciada con una inconsciente pero creciente dependencia hacia ella y complementada con aquél descuido casi fatal que me llevó a hacerle tanto daño. El que no me gusten o no esté de acuerdo con las dependencias, no significa que esté a salvo de ellas y ahora lo compruebo... En su ausencia me siento desorientado, incompleto, nervioso, aburrido y hasta ignorante.
A fin de cuentas no podía postergarse más, así que nos hemos dado un tiempo (que dicen que lo cura todo); nos hemos dado un espacio y ella se ha ido lejos, para ser vista por otros ojos y tocada por otras manos, un lapso que parecerá eterno pero que ahora mismo resulta esperanzador... Quizás ella vuelva para seguir siendo la misma, entonces la recibiré y seré más cuidadoso que nunca porque, a fin de cuentas, es mía... Mi Palm©.