4 de febrero de 2009

Las terminales (1)

Siempre he disfrutado los viajes.

Desde pequeño he experimentado las esperas (en aquél tiempo horribles) en las terminales de ADO, en la sala de la casa de partida, en mágicas y desahuciadas terminales de ferrocarril, en monótonas salas de abordaje de los aeropuertos... Siempre hay que esperar, dejar que el tiempo pase hasta que llega el momento apropiado, rara vez decidido por mí. Aunque hay que reconocer que las esperas son diferentes según el medio de transporte, la edad, el motivo del viaje, la hora del mismo y la compañía.

Ahora mismo estoy en el aeropuerto "internacional" de Veracruz, en el sureste del país, a la espera de un ridículo vuelo que nos llevará al Distrito Federal, en el centro, para después desplazarnos "de reversa" a la ciudad de Mérida, ubicada al sureste peninsular de mi patria. El viaje es de trabajo, por lo tanto, es apresurado y estaremos más tiempo en los aeropuertos y aviones que en la reunión de trabajo.

A mi espalda hay un grupo de gente muy animada, hablan a todo volumen y dos mujeres ríen con un estrépito que resulta algunos decibelios superiores a lo que mis oídos suelen tolerar. A pesar de la potencia sonora de su conversación, no he podido (o quizás no he querido) comprender mucho de lo que dicen... Ya me he reído resignadamente como cuatro veces al tiempo que escribo esto y converso con Nays para no extrañarle tanto.

El tiempo de abordar se acerca y "la reglamentación aeronáutica bla bla bla"...

[Horas después]
El trayecto Veracruz-DF estuvo regular, el paisaje celeste hizo su parte, aunque se va notando cierta decadencia respecto a la parafernalia que acompañaba a los viajes aéreos y eso sin que se note mucho en la "mejora" de los precios. Estuvimos dos horas en el aeropuerto siempre repleto de aromas y faltas de oxígeno, donde aprovechamos a cenar. Tres horas después, en Mérida, me pregunté por qué nos tenían que tocar los últimos asientos junto al motor justo en la parte más larga del viaje... Los oídos me siguieron zumbando a la mañana siguiente.

La reunión fue provechosa, aunque también apresurada... ¿Por qué no nos dan a todos un curso sobre "slow-down"?

Al iniciar el retorno en la terminal de Mérida, mi acompañante estuvo viendo "cositas" para comprar, yo sólo miraba cómo las baratijas suelen venderse cinco veces por encima de su precio en los aeropuertos, aunque eso sí, descubrí unos escarabajos yucatecos llamados "Makech" cuyo caparazón es adornado con piedras de colores brillantes y me resultó muy curioso ver esas joyas vivientes moverse con sus delgadas patitas dentro de un recipiente... Cuando me dijeron que costaba $250 la pieza, se esfumó gran parte de mi curiosidad.



Supongo que los pobres animales se sienten como nosotros cuando subimos todos apretujados a nuestros medios de transporte colectivo, con nuestros equipajes a cuestas, además también caminan unos encima de otros, como nosotros cuando llevamos prisa por bajar del asfixiante ambiente de cualquier lata movilizadora de humanidades. Es posible sacar muchas conclusiones, seguramente más poéticas y profundas, de la leyenda que rodea a los Makech, pero el resto de esta entrada fue escrito en parte, en el aeropuerto de la Ciudad de México y el final en casa, donde estoy a punto de dormir plácidamente después de 30 horas viviendo de prisa entre terminales.